jueves, 15 de enero de 2009

Arvo Pärt

Artículo publicado en http://www.clasicamexico.com/, en mayo de 2008.

Arvo Pärt

Hace algunos meses uno de los muchachos del programa “Referencia” (Opus 94.5 F.M.), me regaló un disco compacto con música de Arvo Pärt. Era el Te Deum, la Misa Berlinesa, el Magníficat y otras piezas sacras. Tengo que reconocer que desconocía a este compositor estonio, nacido en pleno siglo XX y que ha dedicado parte de su vida madura a componer obras del repertorio sacro. Escuché con mucha atención el compacto y fue para mí todo un descubrimiento. A partir de entonces quise saber algo más sobre Arvo Pärt, su vida y su obra y dediqué algo de mi tiempo a documentarme y escuchar detenidamente su música tanto sacra como profana. Ha sido toda una aventura y hoy quiero compartir con ustedes algunos aspectos que me han llamado la atención.

Arvo Pärt nació el 11 de septiembre de 1935 en Estonia. Al parecer ya desde los siete años estudiaba música en Rakvera, población en que residía con su familia. Hacia los catorce o quince años ya había comenzado a componer. Más tarde, después de haber estudiado con Harri Otsa y Veljo Tormis, ingresó al Conservatorio de Tallin para estudiar con Heino Eller y de donde se graduó en 1963.

Sus primeras obras fueron de estilo neo-clásico, influidas sobre todo por Shostakovich, Prokofiev y Bela Bartók. Más adelante experimentó con la dodecafonía y el serialismo que había estudiado clandestinamente. Sus obras más significativas de este periodo son sin duda: “Perpetuum Mobile” y la “Primera Sinfonía Polifónica”.

Tuvo un gusto muy particular por la música de Johann Sebastian Bach. De hecho tomó como tema el apellido del gran maestro del barroco, B – A – C - H, es decir Si – La – Do - Si, para combinarlo con otros tipos de materiales algo extraños y algunos dicen que hasta cierto punto salvajes. Como resultado tenemos las obras “Pro et Contra”, que es un concierto para violonchelo, y la Segunda Sinfonía, ambas de 1966. El clímax compositivo de esta época fue sin duda la creación del “Credo”, en 1968.


Esto le granjeó la enemistad del régimen soviético porque Pärt no seguía las políticas del gobierno que regulaban la música y las artes en general. Al parecer por este motivo Arvo Pärt cayó en una especie de depresión musical y su creatividad compositiva se vio seriamente afectada. De hecho, buscando aquí y allá me encontré con una frase de Paul Hillier que, hablando al respecto, dice más o menos lo siguiente:

“Arvo Pärt…había alcanzado una posición de completa desesperación, en la que la composición de música parecía ser el más vano de los gestos; perdió la fe en la música y la voluntad para componer una sola nota...”

A mi parecer, y en sintonía con la fuente de donde proviene esta cita, es una opinión muy exagerada de la situación del compositor pero nos da una luz sobre lo que pudo haberle pasado en aquellos años. El silencio que rodeó a Pärt es aparente. En 1971 compone la Tercera Sinfonía y a partir de 1976 su actividad compositiva retorna con mucha fuerza. Y aquí es donde quiero que nos fijemos en un aspecto muy importante y determinante en la vida de Arvo Pärt. Es durante esta crisis y este aparente silencio que Pärt se dedicó a estudiar intensamente el canto llano, canto gregoriano y la polifonía renacentista. También se interesó por la religión y de hecho se unió a la Iglesia Ortodoxa Rusa.

Esto, sin duda, fue lo que marcó la siguiente línea compositiva de Arvo Pärt, una línea impregnada de espiritualidad y religiosidad intensas y totalmente diferentes a la época anterior. En este marco, él mismo describe su música con el término “tintinnabuli” que podemos traducir como “sonido parecido a las campanas”. Es un poco difícil de explicar este método que el compositor utiliza pero todo gira en torno a una técnica tonal, con armonías muy simples, con notas bordones y con tempos que no cambian. Pero lo más importante es la influencia muy clara del canto gregoriano y la polifonía renacentista. Citaré algunos ejemplos que en lo particular me llamaron mucho la atención y que sin duda nos llevarán a escuchar con mayor interés su obra:

- El Kyrie de la Misa Berlinesa comienza al estilo de los Kyrie’s gregorianos entonado por una de las voces y seguido por el resto del coro en un juego de sonidos que se asemeja a las misas polifónicas del renacimiento. Como la mayoría de la música sacra de Arvo Pärt, el Kyrie es sobrio y no se escapa de tener ciertas reminiscencias serialistas y hasta dodecafónicas.

- El Aleluya de esta misma misa es de lo más exquisito que tiene la obra. Un par de aleluyas al principio y en su parte intermedia, en polifonía neo-clásica, combinados con la antífona “Emitte Spíritum tuum…” (Envía tu Espíritu Señor) y el “Veni Sancte Spíritus…” (Ven Espíritu Santo) muy al estilo del canto llano: melodías muy bien hechas que parecen ‘sencillas e ingenuas’ pero que obviamente nos remiten al “Aleluya” de la solemnidad de Pentecostés que se celebra en la Iglesia Universal a los cincuenta días de la Pascua y que podemos encontrar en el ‘liber usualis’.

- En el Magníficat encontramos bien clara la alusión al estilo de la polifonía del renacimiento, su alternancia de voces y sus colores tímbricos. Pero algo que me llamó mucho la atención es la forma en que está dispuesta la pieza: no tiene ni una sola pausa entre versículo y versículo (que era como se estilaba componer en aquella época renacentista), sino que está compuesta como si estuviéramos leyendo la oración directamente de la Biblia, con sus respiraciones y sus signos de puntuación, es decir, un todo de principio a fin.

- Algo diferente sucede con el Te Deum, que es un himno para las grandes solemnidades y fiestas y que se canta al final en acción de gracias. Comienza con una nota baja que se sostiene por largo tiempo y sirve de bordón a las voces que entonan las palabras “Te Deum Laudamus” (a ti, oh Dios, te alabamos). Aquí encontramos una muy buena combinación de coro y orquesta. Las diferentes voces se van alternando y ensamblando al estilo del renacimiento y, como buen músico, Pärt le asigna un papel muy específico a los instrumentos para darle variedad y hasta cierto punto solemnidad. También combina los diferentes estilos y modos gregorianos así como los tonos y modos occidentales mayores y menores. Algo inusitado en una obra sacra: la inclusión del piano en una obra para la liturgia es algo sin duda novedoso y que si nos atenemos a los cánones eclesiásticos podría estar rayando lo “no recomendado” por la Iglesia. Sin embargo Arvo Pärt hace una muy correcta utilización de este instrumento y no obstruye el fin último de la música sacra: “la gloria de Dios y la edificación y santificación de los fieles”.

Podría seguir alargándome en muchos más ejemplos de la música sacra de Arvo Pärt pero creo que estos son suficientes como para tener una idea de su estilo y su forma de componer. Algo que es digno de mención es que justamente con la música sacra es con lo que Arvo Pärt se ha hecho popular y no precisamente en el recinto eclesiástico. De cualquier forma su música es un magnífico ejemplo de lo que se puede componer e interpretar en una celebración litúrgica tanto de oriente como de occidente. Aunque son piezas de difícil ejecución, que requieren una gran cantidad de músicos y tiempo suficiente para estudiarlas convenientemente, es muy confortante saber que se cuenta con este repertorio de música sacra que se ajusta a la belleza, el arte y la dignidad que requieren el culto divino.

Es indudable que Arvo Pärt posee un espíritu que se ha atrevido a tocar, con su música, las fibras más íntimas de la sensibilidad humana y ha logrado unir lo humano con lo Divino haciendo que las plegarias adquieran su verdadero tono de trascendencia y de eternidad.

Termino con una frase de Arvo Pärt en la que él describe su música con estas palabras:

“… mi música es similar a la luz blanca: sólo cuando pasa a través de un prisma se divide y aparecen todos los colores. Este prisma es el espíritu de cada oyente”.

Deo gratias!. (¡Demos gracias a Dios!). Los espero en la siguiente aventura sacro-musical.

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